Una parte del grupo de mujeres
Reunión en una sala del Ayuntamiento
Patrimonio cultural y voz femenina:
Todos sabemos que durante siglos,
independientemente de que existieran o no otros medios, (principalmente la
escritura) la transmisión del patrimonio cultural, se ha realizado
fundamentalmente a través de la palabra. La tradición oral, ha sido un hecho en
las sociedades rurales, principalmente en aquellas en las que ha sido difícil
el acceso a la educación formal. Gracias
a eso, la rica y diversa cultura popular, ha permanecido viva y hemos podido
conocer partes de nuestra historia y tradiciones que de otro modo, habrían
desaparecido.
Una parte importante de las producciones culturales inmateriales que nos llegan a través de la tradición oral, se realizan y se transmiten dentro del ámbito doméstico. Por eso, son las mujeres sus principales difusoras, ya que las tareas socializadoras, durante siglos, han sido responsabilidad de ellas. Sin embargo, todos sabemos que ni la voz de las mujeres, hasta ahora, ha sido suficientemente escuchada, ni sus prácticas y saberes reconocidos en determinados ámbitos del saber.
Sin embargo, con este trabajo queremos abrir una brecha para el conocimiento de ese mundo de la vida cotidiana, al que no resulta fácil acceder por los medios tradicionales en los que se mueve la investigación social.
Una parte importante de las producciones culturales inmateriales que nos llegan a través de la tradición oral, se realizan y se transmiten dentro del ámbito doméstico. Por eso, son las mujeres sus principales difusoras, ya que las tareas socializadoras, durante siglos, han sido responsabilidad de ellas. Sin embargo, todos sabemos que ni la voz de las mujeres, hasta ahora, ha sido suficientemente escuchada, ni sus prácticas y saberes reconocidos en determinados ámbitos del saber.
El proyecto que aquí
presentamos, quiere contribuir a la recuperación y la transmisión de esa parte
del patrimonio cultural inmaterial que, como los viejos ajuares, se guarda en
los armarios y los baúles de cada casa. La memoria, la experiencia, la voz y las creaciones femeninas a lo largo del
tiempo son nuestro foco de interés.
·
Queremos identificar aquellos saberes y productos
culturales propios del género femenino, que por su naturaleza doméstica, han
sido invisibles para la cultura oficial.
·
Queremos revalorizar las habilidades y
experiencias de la cotidianeidad, como parte del patrimonio y de la identidad femenina.
·
Queremos transmitir a las generaciones futuras
las distintas formas de expresión, los rituales, usos y costumbres, que están
en riesgo de desaparición y que forman parte de nuestro patrimonio común.
Somos
conscientes de que son objetivos muy ambiciosos, sobre todo, porque la
investigación es una actividad que resulta ardua, fuera de los cauces
institucionales donde siempre se ha dado: el mundo académico. Sin embargo, con este trabajo queremos abrir una brecha para el conocimiento de ese mundo de la vida cotidiana, al que no resulta fácil acceder por los medios tradicionales en los que se mueve la investigación social.
2. La historia de vida como fuente histórica y
etnográfica:
Aunque a lo largo de la historia, la autobiografía, las biografías y
los testimonios personales han tenido una presencia más que notable en la
cultura escrita, este tipo de saber, procedente de experiencias subjetivas,
como mucho, se le ha dado un carácter únicamente literario. Sin embargo, a
nadie se le escapa que la narración es una actividad que se ha practicado desde
que existen grupos humanos organizados. La necesidad de transmitir a las nuevas
generaciones la cultura: mitos, leyendas, prácticas cotidianas, sistemas de
valores, etc., explica que todos los pueblos, pero mucho más los que no han
desarrollado sistemas de escritura, hayan utilizado la narrativa como medio de
transmisión de saberes y de identidad grupal. Los propios antropólogos pudieron
estudiar ciertos pueblos y culturas a partir del siglo XIX, basándose
precisamente en la tradición oral de los grupos humanos menos evolucionados
desde el punto de vista de la cultura occidental. En ambientes más o menos
académicos, sin embargo, ha habido un rechazo a considerar importante lo que la
gente corriente hace, siente, o dice, así como al significado que dan a sus
experiencias. Esta postura, refrendada por ciertas teorías llamadas
científicas, ha ido evolucionando a lo largo del siglo XX. En efecto, las
críticas al Positivismo y al Racionalismo han tenido su efecto en los enfoques
y las metodologías que los estudiosos y profesionales de las Ciencias Humanas y
Sociales aplican hoy en día, en su esfuerzo por conocer la realidad en la que
trabajan.
Como dice uno de los Pedagogos europeos más prestigiosos, Van Manen, "El interés por la narrativa, expresa el deseo de volver a las
experiencias significativas que encontramos en la vida diaria, no como un
rechazo de la ciencia, sino más bien como un método que puede tratar las
preocupaciones que normalmente quedan excluidas de la ciencia normal"
Lo que en definitiva quiere decir Van Manen es, que hay que acercarse
a las realidades humanas, yendo más allá de la especulación abstracta,
adentrándose en los entresijos y las vivencias más subjetivas, allá donde las
ideas se encarnan y nos enfrentan a tantos aspectos que, a pesar de resultarnos
tan cercanos, han sido sistemáticamente ignorados por las disciplinas
académicas. No obstante, ya desde los años 20 del siglo pasado, la Sociología
empezó a interesarse por hacer visibles ciertas vivencias y fenómenos, como por
ejemplo el de la emigración. Precisamente el inicio del método narrativo y las
técnicas cualitativas se sitúa en la obra clásica de W. I. Thomas y F.
Znaniecki: El campesino polaco en Europa y América (Chicago, 1918–1920).
Se trata, a la vez, de una recolección de datos surgidos de las prácticas
sociales cotidianas de un gran número de campesinos polacos emigrados y de la
autobiografía de uno de ellos. Lo esencial del método es identificar los
relatos de personalidad, en tanto ellos son mediadores activos entre la presión
de situaciones vividas y los comportamientos. La idea es, entonces, contestar
un cierto sociologismo reductor y valorizar la relación del sujeto con el mundo
que lo rodea.
Aunque el impulso dado al método del relato de vida pertenece a la
investigación sociológica de principios de siglo, lo cierto es que desde
entonces asistimos a un interés creciente por estos enfoques, prácticamente en
todas las ciencias humanas. Por ejemplo, el método narrativo, en formas de
historias de vida, tiene una presencia clara en la Antropología y su obra
cumbre es la de Oscar Lewis, sobre una familia pobre mexicana. La obra de Lewis
ha servido de modelo a multitud de trabajos que durante los últimos años del
siglo pasado han tratado sobre colectivos más o menos marginados por la cultura
dominante, e invisibles para el mundo académico. Se podría también hablar del
uso del relato de vida en las investigaciones históricas. Es una corriente que
ha empezado en los departamentos de la historia oral de muchas universidades
americanas, europeas y desde luego españolas. Muy sintéticamente, se puede
afirmar que todas esas investigaciones tratan de construir la memoria colectiva
de una nación, de un pueblo, de una comunidad, de un grupo profesional. Se
trata casi siempre de grupos o comunidades en crisis, amenazadas de
desaparición, marginados o en fase de cambio y de búsqueda de identidad.
No importa tanto si se les llama de un modo u otro: historias de vida,
relatos autobiográficos, o memorias, como el interés que desde hace unas
décadas despierta la vida y las experiencias de la gente corriente, de
determinados grupos étnicos o de ciertas subculturas. Así, mediante este método
se trata de comprender los fenómenos y la realidad social, pero acudiendo a los
auténticos protagonistas. Se trata de dar voz a los "sin voz" para
que sean ellos quienes expliquen su mundo. Es
indudable que este enfoque viene como anillo al dedo para adentrarnos en la
cultura rural, a través de la voz de las mujeres, auténticas artífices de todo
lo que ocurre en la vida cotidiana. Ellas han sido las auténticas protagonistas
de lo que se suele llamar Intrahistoria,
ese trasfondo de vida cotidiana, sobre el que transitan los grandes
acontecimientos; esos que luego vemos plasmados en los archivos históricos, en
la prensa diaria, en los documentos que van dejando los que se han considerado
durante siglos, protagonistas de la Historia con mayúscula: los hombres.
Mientras tanto, las mujeres hemos sido
silenciadas por el discurso predominantemente masculino y académico. Sólo
algunas han tenido la oportunidad de salir a la luz. Me refiero a escritoras,
científicas, artistas, o
pensadoras. Claro está, por el papel
importante que han tenido en la cultura,
pero también por el carácter
mismo de su actividad, son personas que
han producido documentación escrita y por tanto, es posible acceder a su
conocimiento. Igual ocurre con las mujeres de las clases altas y de la
aristocracia, cuyos diarios íntimos y cartas han servido para reconstruir
partes del universo femenino en el pasado. Pero, ¿qué sabemos de las otras mujere; esas que, durante mucho tiempo han estado excluidas
de la historia? Son mujeres que no han
tenido voz, que no han sido socialmente visibles, porque su trabajo se ha
desarrollado más cerca del ámbito privado, o en contextos alejados de los
centros de poder, como puede ser el mundo rural, históricamente muy olvidado. Las mujeres del pueblo, en muchos casos sin
escolarizar, no han generado documentos de ninguna clase, susceptibles de ser
estudiados. Y sin embargo, ellas tienen un saber acerca de aspectos del pasado a los
que resulta difícil acceder de otro modo. A través de su memoria y de sus
palabras, podemos ver cómo va cambiando el mundo; cómo era la infancia en los
inicios del siglo XX, cómo se transforman las costumbres y los valores; cómo se
alimentaban nuestros antepasados; cómo eran las
relaciones amorosas, la familia, la maternidad, los ajuares domésticos, el
trabajo en la casa y en el campo. En definitiva, la memoria femenina nos acerca
a la intimidad de los hogares y al papel real que ellas han tenido en la vida
familiar y social.
Sólo dando voz a las propias mujeres, podremos
cuestionar esas imágenes estereotipadas
y falsas, surgidas del discurso de
filósofos y moralistas, desde Grecia, hasta nuestros días. La ideología de la
domesticidad nos ha presentado no como lo que somos, hacemos, pensamos o sentimos, sino como deberíamos
ser, hacer, pensar o sentir.
Esas mujeres que nos llegan a través de la
literatura moralista decimonónica, que
sólo debían mostrarse bellas y afectuosas, alejadas de toda preocupación y
responsabilidad que no fuera mantener el orden doméstico, es un modelo que no
se corresponde en absoluto con la
realidad. En todo caso sólo tiene en consideración a una pequeña parte del
mundo femenino: las mujeres de las clases altas y poderosas.
Las “otras”, las que, desde muy jóvenes han
tenido responsabilidades y han aportado energía física y emocional a la familia y a su comunidad, han sido
invisibles. Y no digamos las que han
nacido y vivido en el mundo rural; esas mucho más. Sin embargo, sabemos que su
labor, muchas veces callada, ha ido más
allá de lo doméstico. Muchas han trabajado en las explotaciones familiares, otras
han sido jornaleras del campo, o han regentado pequeños negocios familiares,
han trabajado en el servicio doméstico y también en las aulas, como esforzadas maestras, en
contextos donde su trabajo era poco valorado socialmente.
Es difícil asegurar qué trabajo resultaba más
duro e imprescindible en otras épocas. Las
tareas del campo han sido importantes y a veces exigían mucho esfuerzo físico;
pero también las habilidades que debían tener las mujeres para el mundo
domestico eran muchas y muy especializadas. Sus capacidades y estrategias de
supervivencia eran variadísimas y han sido fundamentales para suplir la falta
de medios materiales con los que vivían las clases trabajadoras. Sin olvidar el
importante papel que han tenido, como sostén
emocional de la familia. Por eso, es necesario reconstruir ese mundo;
revalorizar el patrimonio heredado de nuestras madres y abuelas, irrelevante para los estudiosos de la
historia y de la cultura. Y eso es lo que nos hemos propuesto con las mujeres
de Alájar: que ellas hablen; que se expliquen; que pongan nombre a tantas
historias y experiencias no nombradas y por eso mismo, poco valoradas
socialmente.
Sus historias de vida son un documento vivo
muy valioso, y nuestro trabajo consiste en recogerlo, con la finalidad última de que sea conocido y
reconocido. Lo verdaderamente destacable de este proyecto es que las historias
de vida están siendo recogidas por personas ajenas al mundo académico y que por
primera vez se acercan a un trabajo de estas características.
Un grupo de mujeres comprometidas a través de
la Asociación La Lozana, han sido las
encargadas de identificar, motivar y realizar las entrevistas a sus vecinas de
edad avanzada.
Mi papel consiste en asesorar y coordinar el
trabajo. Juntas, estamos experimentando un proceso de aprendizaje en el que
todas damos y recibimos. Para mí es una experiencia nueva, ya que, hasta
ahora, he trabajado en solitario, cerca
de las protagonistas de las historias de vida, mirándoles a los ojos,
descubriendo lo que hay detrás de sus silencios, emocionándome con ellas,
riendo, cantando las viejas coplas… Es un trabajo de reconstrucción de la
memoria sentimental y cultural que disfruto cuando puedo y que en esta ocasión
me estoy perdiendo, debido a la distancia.
Gracias a los medios técnicos actuales,
podemos sortear algunas dificultades que
tiene el método que seguimos. Estamos en el camino, y sólo cuando lleguemos al final; una meta en proceso de poder definir con más
precisión, podremos evaluar la
experiencia darla a conocer en sus
pormenores.
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